sábado, 20 de noviembre de 2010

sugerente

Llovía, casi a mares, en Santiago. Avión, noche, hotel, reunión, comida, tarde, avión. Podía ser cualquier otro lugar del mundo, pero de Galicia hablo. Memoria y recuerdo traído al presente, ningún recorrido, ninguna visita, ningún paseo.
El aterrizaje, brusco. Sacudida. Contraste con el cierre del Epílogo de Blanco nocturno, evocación de una noche clara de verano en El Tigre (otro mundo). Sus amigos lo escuchaban en silencio, tomaban vino blanco y fumaban, sentados de cara al río.
Apenas si había cerrado el libro, recién terminado, cuya lectura he ido demorando, lenta, atenta al destello del genio, al hallazgo narrativo, a la sutileza inteligente, a la descripción precisa. Alto, de edad indefinida y cara colorada, de bigote gris y pelo gris (...) pegando con el rebenque contra las patas de las sillas, como si estuviera espantando sus propios pensamientos, que gateaban por el piso (...) -dijo, y se detuvo intrigado a pensar y se extravió en el zigzag de sus ideas, que se prendían y se apagaban como bichos de luz en la noche.
Sugerente la llave de la habitación del hotel. Cosas del azar. O puede que de la necesidad.

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