jueves, 17 de septiembre de 2009

Santiago de nuevo y las fiestas patrias


No llueve en Santiago, aunque sí -esta mañana- en Isla Negra. He vuelto, en poco tiempo, dos veces, y en esta de ahora coincidiendo con la celebración de las fiestas patrias. El 18 es la fiesta que nosotros diríamos mayor, la que celebra la independencia y da inicio este año a la celebración del Bicentenario.
Estaré esta tarde en La Moneda, españolito de a pie, celebrando como un chileno que hace 199 años este país orgulloso alcanzó la independencia frente a España.
¿No será la mía la forma nueva de ser un patriota? ¿O no quedamos en que la única patria que nos es común se llama la humanidad?.
Patriota de reclamo, y al que no podré ya nunca volver a llamar Presidente, es ese espectro que se hace llamar José María Aznar, que acaba de pasar (ayer mismo) por aquí para apoyar a los herederos políticos -¿y algo más?- de ese asesino que fue Pinochet en la carrera hacia las presidenciales que se celebrarán en diciembre. Doblemente repudiable el 'patriota' Aznar, que olvida -si es que lo supo alguna vez- que su deber es apoyar a España y no contribuir a que todo se confunda: no entiende de diplomacia ni, por lo visto, de democracia. ¿Sabe acaso dónde está hoy la Democracia cristiana chilena?. ¿O será que su FAES y su PPartido apoyan al retoño pinochetista?. ¿Lo sabe Aznar?, ¿dirá algo la señora Cospedal?.
Mientras, las chilenas y los chilenos celebran la vida, y a la vida le dan gracias, por maestra doña Violeta. Y comerán asado y empanadas. Bailarán cueca (los más jóvenes, la cueca brava). Y tomarán, quizás demasiado. Pero es su día grande. Y por eso veo desde la habitación del hotel cómo se apresuran. No quieren llegar tarde.
Veré a la Presidenta Bachelet, con más prestigio ahora y más querida que nunca. Pena que lo tenga que dejar. Y volveré a ver a la ministra de Cultura, la modestia y la sencillez en persona -que en una actriz es mérito mayúsculo- conversando a cuerpo en la calle con la gente, y repartiendo besos (que yo me traigo el mio, uno solo, a la chilena). Y me han invitado a compartir la fiesta en la fiesta del PCCh: me dicen que será para ellos un honor, que nos quieren, que Neruda es de antes y de ahora y de siempre. Suyo y nuestro.
Me iré mañana, seguro que con nostalgia. Será la nostalgia de la viejita que salmodiaba, sentada cerca de la plaza de Armas, una hermosa canción que hablaba de estrellas y de ausencia y de belleza y juventud, la mirada lejana, como quien no quiere mirar por no molestar, y a la espera de alguna moneda: llegué tarde -como tantas veces, demasiadas veces ya- a agradecerle su presencia. Se iba yendo del brazo de un joven voluntario. Y no pude acercarle unos pesos, ni compré tampoco el libro -usado, de los de los puestos de la feria popular- que andaba hojeando cuando dejé de oir su voz.
Y me quedé sin saber de su canción.
Tengo ya motivo suficiente para regresar. Ojalá y sea para celebrar con ella, a la manera de los patriotas con causa, el bicentenario de nuestra común emancipación.

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