sábado, 9 de mayo de 2009

Florencio


El azar, ese complemento imprescindible de la necesidad, me ha devuelto al presente el recuerdo nunca perdido de unos amigos a los que, aun en la distancia, he seguido queriendo. El azar del encuentro con su hija Helena (me gusta más con hache), el azar de una cena a la que previsiblemente no iba yo a asistir, el azar previo de un autobús madrileño, de un programa, de unas jornadas. El azar de Europa, asunto que me trae ocupado en estos meses (realmente, en estos últimos veinte años).
Florencio (Floro) es el recuerdo de un amigo apreciado, sensato, maduro, con el aplomo que a mi me faltaba, divertido cuando quería, guasón, transparente, reservado casi siempre, poco amigo de muchas de las locuras que otros hacían (hacíamos). Un chico de pueblo, como tantos chicos de pueblo que nos vimos llenando las aulas de aquella Universidad de los primeros 70, que teníamos ese aire que luego ha descrito tan bien uno de los nuestros, Antonio Muñoz Molina, de soñadores que íbamos a comernos el mundo (si nos renovaban la beca que nos permitía estudiar, además del esfuerzo de nuestra familia) y de extraños, casi intrusos, en un mundo -el de la universidad minoritaria, con no más del 1% de estudiantes hijos de trabajadores- que no se había hecho para nosotros lleno de chicos que hablaban -y, sobre todo, andaban- de otra forma y de chicas de casa bien que en ocasiones eran campeonas de golf. Un aire y una manera de vestir que nos delataba, y una situación histórica nueva que nos ha marcado para siempre. Chicos y chicas (menos, todavía no las dejaban) de pueblo empezando a cambiar -sin saberlo- la Universidad y haciendo por cambiar -sabiéndolo y queriendo- la historia, que estudiamos y vivimos nuestros años más jóvenes bajo la atenta mirada de una policía gris que acampó durante años en aquellas facultades con cuartelillos.
Alli soñamos y estudiamos, nos hicimos amigos y mayores, compartimos lecturas y enseñanzas, hicimos guateques y hacíamos como que éramos expertos en hacer el amor, años todavía de más lectura que práctica, marx, erich fromm, wilhelm reich... Pero Floro me hace ver que nos ha quedado sobre todo la música de Cat Stevens y aquel 'Ruby my love' en que se utilizaba el griego (el idioma, sí).
Después, tal como era, Julia apareció de verdad en su vida y fue como si la eclipsara para nosotros, para todos los demás. ¡Qué suerte, pensé, y que acierto el de ambos!, ¡y qué felices os veía!. Ahora, cuando recuerdo los momentos más próximos (fiesta del Pce, cuesta de moyano) me parece como si no hubiera pasado el tiempo.
Hay otras historias. Gaspar nos dejó, aunque sigue con nosotros siempre que nos vemos. Hubo un 1 de mayo al que me ha llevado esa Internacional con otro sabor que me regalas que quizás debamos dejarlo ya sólo en la memoria y en el olor a lentejas quemadas. Y las tardes de tute, que nunca quise jugar.
Y, sobre todo, la aventura de aquella televisión en blanco y negro, Isabel Clara Francia, lectura compulsiva, Summers, Criado de Val, de la a a la zeta. Recuerdo de retratista de los de antes, cámara de fuelle, con Domingo, y yo veinte años no cumplidos. Fue en Santiago, en el Congreso de Filósofos Jóvenes que no fue. Que así lo quiso el Régimen y lo evitó eficazmente la policía.
Ahora maestro, feliz que se te ve con tus chicos y la música, dices que a punto de poder dedicarte a lo que te gusta.
Te llamaré para vernos las canas. Te daré las gracias por tus elogios. ¿Vale un café?

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