domingo, 17 de mayo de 2009

Antonio Illán


Leo a J.M. Coetzee, su Diario de un mal año. Poco a poco, que es una manera de hacer por que no se acabe. Como casi todo lo que he leído de él, una combinación de amor y desasosiego, en este caso de reflexiones -certeras, sin medias tintas- sobre el mundo de hoy y sus temores entretejidas (incluso en la disposición misma de la escritura) con la historia de un deseo en la edad tardía.
Hace años, antes de que la Academia se fijara en él para premiarle con el Nobel, y después de haber leído Desgracia, comenté con Antonio, el mágico don Illán de Toledo, un fragmento de la desoladora Esperando a los bárbaros. Después lo recordamos alguna que otra vez, cuando le llegó el reconocimiento en España.
Ahora no me resisto a citar un fragmento breve de este Diario... "Los amos de la información se han olvidado de la poesía, donde las palabras pueden tener un significado totalmente distinto al que dice el léxico, donde la chispa metafórica va siempre un paso por delante de la función decodificadora, donde siempre es posible otra e imprevista lectura".
Y no me resisto porque de lo quiero realmente hablar es de Antonio Illán y de poesía. Es decir, de amor, que es motor del mundo y de la historia, y que se hace letra y carne, color y luz, y sentimiento y sabor, en los Poemas de Amor que Antonio nos ha regalado.
Tenía que ser en mayo y trece para que Fátima la del misterio, en la que se mezclan canción de infancia, pastores y lentiscos, y salvación de Rusia (¿con Putín, dices?), aleteara en el presentador -soberbio, o sea, muy bueno- del acto y en los que en el acto y fuera de él gastamos canas (algunas, Antonio, dicen que nos visten de plata, poetas ellas, y que nos sientan).
Incitatus, esta vez, no acudió. Al menos no se dió al ver, que hubieran dicho nuestras abuelas. Porque es cosa del azar (¿o no?) que concurran a tu convite las fátimas cristianas y los maestros masones, a falta de otros prodigios que el encanto de Toledo y la venia de su alcalde nos podrían haber alcanzado.
A mi no me alcanzó -torpe y extemporáneo- esa continuidad del prodigio a la que invitaban el vino y la suavidad de la noche, que eché enteramente a perder. El tiempo se encargará de saber si he aprendido que el corazón está antes que la razón, por decirlo pascalianamente.
Que sepan los que esto lean que Antonio me ha dedicado el poemario a la manera en que se debe hacer cuando de amor y poesía andamos, diciéndome un 'te quiero' escrito que es el mismo 'te quiero' que en estas páginas sin tinta yo te digo, amigo querido.
Nos apasionan causas comunes. La lectura, entre otras, chicos de pueblo que aprendemos a leer antes de la escuela (tu madre, mi abuelo). La escritura, el decir pensado a cuya claridad ayuda el ser -incluso hoy- tarea de artesano que necesita de herramienta interpuesta, ya sea pluma o lápiz, máquina u ordenador: así lo haces tú, amasando palabras como si amasaras ese dorado pan del pecho con el que te basta, ecos del toledano panadero y escultor y de ángelgonzález. La educación siempre, que tendremos que seguir luchando por algo tan obvio como recordar -sin negar dificultades- que nunca ningún tiempo fue mejor: ¿o lo fue aquél en que, a falta de institutos y de recursos, los seminarios se llenaron de vocaciones más que dudosas, ¡y menos mal que los hubo y se abrieron, años de frío!. La política (con minúscula), que no es sino otra forma de amor, de búsqueda de la felicidad compartida.
Y el amor, claro, que como el ser de Aristóteles -ahora sí lo entiendo- 'se dice de muchas maneras' y de muchas y diversas maneras se expresa, se vive y se consuma. O los amores, que aquí el plural expresa mejor lo que no se deja encerrar en tan singular parquedad.
Algunos como tú tenéis, además, la dicha de saber decírnoslo a otros en forma de palabras trabajadas, bruñidas incluso de tanto sobarlas, en versos de sílabas contadas -o no, y se dicen libres, será que aparentemente no se someten a regla ni disciplina- que son trabajo que no admite más plusvalía que la del gozar compartido de esa capacidad de atrapar la luz de un instante, la claridad que ciega de un relámpago de vida que volcar más tarde al papel, ni más apropiación que la del permitir para siempre una evocación que tendrá ya no el tuyo sino el acento y el tiempo y el lugar, la angustia o el plácido esperar, la mordedura del deseo o el sosiego del reposo que cada lector, cada lectora, ponga y añada a tu intuición primigenia.
La libertad tiene nombre de poesía. Nacha Guevara, que quiere ahora cantar de diputada, la escribía con Mario Benedetti por las paredes de su ciudad. A don Antonio le alcanzó el valor para hacer del amor un camino que sólo con libertad se recorre ('juntos vamos; libres somos') y a don Pablo le dio permiso para vestir de azul los astros titilantes y ponerlos a tiritar en los versos más tristes. En los tuyos puede muy fácilmente verdear el azul, y en tiempos sin libertad hubieras debido responder de tu panteismo (Tú. Dios, tú). Algunos, espontáneos como cuando se dice de los que se echan al ruedo sin profesión, nos tomamos la libertad de traducir el sueño que se cumple: algo así como la lentitud de mi mano en tu cadera.
Sabes, Antonio, que el poeta, como el loco, poseídos ambos por los dioses, no tiene lugar en la ciudad. Desde Platón estáis expulsados, sin sitio. Mal encaje tenéis en otras posteriores: ni productores, ni guerreros, ni gobernantes. Pobre ciudad, pobre 'polis', tan triste a falta de quien cante al amor y a los enamorados.
En la nuestra sois sal (vale, que sea entre los dientes) y vida. Por ello, gracias.

PD. Te quiero confesar que hay un TTQ que me complace especialmente. Y que en todo libro hay un sino: si no lo hubiera sería más perfecto, pero menos humano.

1 comentario:

  1. Se nota que eres de Letras porque escribes com o te da la gana.
    Un abrazo

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