viernes, 29 de septiembre de 2023

de gustos

A ti

te gustaría olvidar

y a mí

cogerte de la mano y caminar

 

tal vez besarte

 

o al menos intentarlo

de notar en tus ojos el si quieres

de otros tiempos

 

no sé

te lo confieso

si podré cruzar alguna vez

el rio que adormece los recuerdos

aquel que borra toda dicha

 

si podré alcanzar la orilla donde no estén ya

tus manos

 

a mí me gustaría

sentir en mi cara la lluvia nuevamente

y a ti

cancelar definitivamente el tiempo

 

ajena ya del todo nuestra común memoria

soberano solo en tu corazón

tu personal dictado

 

sea


de gustos

y aun de colores

ya se sabe

está casi todo escrito.


(GM Blanco, en Memorias)


martes, 26 de septiembre de 2023

GN

Mientras el aspirante Feijóo declama su oración fúnebre por una España siempre pronta a romperse si  las derechas no mandan en ella, veo en directo los preparativos del funeral laico y el último paseo por Roma de un napolitano casi centenario, comunista y reformista y dos veces presidente de la República de Italia, antifascista y resistente, hombre de honor y dignidad al que ahora rinden los honores de despedida en el Parlamento donde entró por primera vez en 1953, el año en que estaba yo naciendo.

Y lloro ¡qué le vamos a hacer! con mis amigos italianos, i miei compagni, que lo respetan y aun lo quieren. Solemne su entrada a Montecitorio, il Congresso dei deputati, hoy catedral del laicismo a la italiana, donde incluso un cardenal pronunciará una homilía laica y cívica. Ayer fue el mismo Papa Francisco quien presentó personalmente sus respetos en el aula del Palazzo Madama, sede del Senado, ante el féretro de Giorgio Napolitano. Un hecho insólito, y elocuente.

Dos Congresos hoy tan distintos, el de mi España y el italiano, las máximas representaciones políticas de mis dos patrias afectivas. En uno, las derechas que hoy se saben de antemano derrotadas, aunque no vencidas, por la mayoría de representantes de la soberanía nacional. En otro, las derechas en mayoría y la más extrema al frente del Consejo de ministros de un Gobierno de coalición con los independistas de allí -y los neosoberanistas- dentro.

Y la memoria me lleva a otro congreso, aquel del PCE donde Julio Anguita fue elegido secretario general, febrero de 1988. Algo tuve que decir -lo sé, pero no voy a traerlo ahora aquí- para que Napolitano y Pietro Ingrao, otra figura inolvidable del comunismo democrático, que encabezaban la delegación del Pci (aquel Partido que se disputaba con la Democrazia cristiana un puesto en la eternidad), me buscaran para felicitarme, mostrar su acuerdo con las posiciones que por aquel entonces defendí… y ofrecerme una estancia en la escuela de formación de cuadros del partido italiano. A la que no asistí, todo sea dicho.

Si dijera que no me sentí halagado os mentiría. Pero es igualmente cierto que lo que más me sorprendió fue la modestia y la amabilidad de aquellos dos gigantes del eurocomunismo y de la política y el parlamentarismo italianos conversando conmigo. Con un nadie.

El mismo nadie que hoy se emociona y se conmueve con la emoción de Sofía, la nieta de Giorgio, que  recuerda en sus palabras cómo su abuelo daba la mayor de las importancias al valor de la amistad y el combate por los ideales. Con Anna Finocchiaro, que no puede reprimir sus lágrimas evocando la memoria de su amigo Napolitano. 

lunes, 11 de septiembre de 2023

50 años/44 balazos

Pero en la memoria no solo habita aquello que ocurrió en el pasado. En el origen improbable de una biografía, en la labor incansable de un juez, en la persistencia de una familia, en el llanto de un amigo que no quiere olvidar, en la rabia, en la impotencia, en el fondo de la herida de Chile, hay, también, un gesto desesperado hacia el futuro. Y este medio siglo nos recuerda la urgencia de volverlo a disputar.

Alia Trabucco Zerán, Cincuenta veces once, EL PAÍS, 10/09/2023

 

Dice nuestra escritora que Chile no está solo en esta historia. Es la de España, la de Argentina, la de Uruguay, la de Brasil. Pero cómo duele medio siglo en este Chile malherido. Y sí, a mi me duele Chile tanto como me duele España, si es que se puede seguir diciendo así, y que el dictador de aquí, como el de allí, acabara muriendo en su cama sin que la justicia se hiciera. No. No ha triunfado la justicia ni en Chile ni en España, y es difícil llamar justicia a la que tarda cincuenta años ¡cincuenta! en hacerse. Por eso las hijas de Víctor Jara -te recuerdo, Amanda- no acaban de sentirla por más que hace tan solo unos días se haya condenado por fin a los asesinos de su padre.

Fueron 44 balazos los que se incrustaron en el cuerpo torturado del cantante del pueblo. Cuarentaycuatro. La saña y el odio. Recientes todavía cuando en una noche de septiembre un año después en Copenhague -anochece allí a las cuatro de la tarde- cuatro jóvenes españoles pudimos ofrecer nuestras condolencias y nuestro pésame a dos mujeres, dos viudas, dos resistentes de la dignidad herida de Chile: Joan Jara y Hortensia Bussi de Allende. Con ellas, las hijas de Joan y Víctor, y Amanda, a la que prometí que, de tener un día una hija, la mía llevaría su nombre. Y así fue, y la llamamos Amanda Libertad, que nació en el 76, la democracia apenas si recuperada en nuestra España, y que después nos dejó en prenda su sonrisa ancha. 

Es medio siglo. Son cincuenta años ya los que se cumplen de aquel acto de ignominia, de sangre y fuego, que aún hoy se niegan muchos a condenar como el golpe de Estado que fue. Allí en Chile, como aquí en España. Medio siglo de las muertes de Allende, de Neruda, de Jara, de la democracia y las libertades. De aquella portada toda en negro de Triunfo. De aquel día en que empezamos a llevar a Chile en el corazón y a tener por hermanos a todos los chilenos.

Aquel 11 de septiembre de 1973 vimos, sentados a la mesa, hora de la comida, los aviones de guerra bombardear La Moneda. El televisor, en blanco y negro. Y así han sido desde entonces en mi memoria las imágenes de ese día. ¡Qué hijos de puta!, no me pude contener. Y en aquella sucesión de emociones mis hermanos y yo declaramos nuestra militancia clandestina en el Partido Comunista y en la UJCE mientras mi madre lloraba, más de miedo, creo, que de alegría. Yo, el mayor, estaba por cumplir los veinte años.

He estado después en Santiago. Y en Valparaíso y La Isla Negra. He llorado en aquella hermosa plaza liberada, sí, por todos los ausentes, y ante la tumba alegre y colorida de Violeta Parra. Y he paseado por La Alameda, que volvió a abrirse para todos nosotros, y compartido sueños y saberes con maestros y profesores de allí.

Mi recuerdo está hoy en Juanito, el padre de Marcela, y en la dignidad humilde que vi en sus ojos el día en que la fortuna me agració con su afecto.


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