Para los adelantados (léase Díaz Ayuso & Cía) de la ‘guerra cultural’ de las derechas extremas -la diferencia está hoy en la posición del adjetivo- la inteligencia ‘suele ser un lastre’ y hasta un límite (Guillem Martínez, CTXT, dixit). Es simple y barata esa guerra, que poco -o nada- tiene de cultura.
Y su
lenguaje, poco original -¿trabajar? ¡hasta ahí podíamos llegar!- y prestado de
la internacional que tiene a Trump como tótem, es el ropaje y el telón con el que
envuelven y tratan de camuflar el verdadero objetivo y los reales intereses que
acomunan a PP y VOX. Esos ‘de toda la vida’ de los que ahora hace bandera una
dirigencia del PP que se ha despojado de su marchamo de liberalismo y
moderación. Por innecesario: ‘ya no hace falta’, les he oído decir.
Su ‘programa’: 1) beneficios empresariales (y societarios, y personales) que quieren incontrolados y ‘libres de impuestos’, 2) desregulación y menos controles, que vienen de Europa los millones que otros consiguieron, 3) respuesta dócil a la codicia de petroleras y energéticas (de paso, a lo más atrasado de la industria del automóvil) y de las ‘empresas’ de abastecimiento y distribución con beneficios abusivos directamente ligados a la inflación en los precios de los alimentos, 4) privatización y adelgazamiento del Estado vía reducción selectiva de impuestos (que los muy ricos con una riqueza media de más de 19 millones de euros tributen ¡al 0,03%! se les hace excesivo), 5) imposición -que no protección- de la maternidad ante el creciente ciclo migratorio y la amenaza de la ‘sustitución étnica’ -algo más bien nuevo, pero proclamado alto y claro por el número dos de la Meloni presidenta del consejo de ministros de Italia-, 6) aprovechar el nuevo ciclo de rearme… y la vuelta al viejo complejo militar-industrial con la ayuda del ‘amigo’ Putin, y 7) desterrar los derechos de ciudadanía contrarios a la imagen añosa de una pretendida patria de gónada e hisopo, y configurar de nuevo una antiEspaña a su medida.
De ahí que ni violencia machista ni cambio climático, ni más libertades que su libertad de terrazas y contaminación. Los salarios controlados, para evitar que haya quienes ya no quieran seguir siendo másqueexplotados, y el trabajo barato, que el salario mínimo digno es cosa de cuatro rojos que ni son gente de bien ni siquiera están entre las de la España que madruga. Aunque entre esas que madrugan de verdad han descubierto unas bolsas de abstención, cuando no de adhesión, que les vienen que ni pintadas para sus propósitos. Y a mantenerlas se disponen con diligencia.
De la salud y la educación, de vuelta a la privada cuanto se pueda en ambos casos, que allí no adoctrinan más de lo necesario y a gusto siempre de la autoridad competente pinparental, ni malgastan en cuidados a los viejos, ya poco productivos y cada vez más exigentes. Iniciativa, siendo privada y, por lo general, de amigos y correligionarios con los que han de corresponder.
Y sigo sosteniendo, a pesar de todo y por ello mismo, que es necesaria en nuestro país otra derecha. Esa que, además de proclamar su confesionalidad, la ejerza: dar de comer al hambriento y posada al peregrino, etc., y el preámbulo entero de la Declaración universal de los derechos humanos. Esa que predique menos la Constitución y de más trigo en sus hechos renovando, es un suponer, cuando toca, los órganos judiciales.
Quizás sea menester, para que alumbre esa derecha, que esta de hoy pierda las próximas elecciones. Porque lo único que es preciso derogar en España es el cainismo, la corrupción y la mentira. Y el atrasismo en su conjunto.
Mientras, que no nos confunda la hojarasca. Ni los fuegos artificiales.
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