jueves, 1 de diciembre de 2022

parpadeos

La fuerza del primer gobierno de coalición (a mí me gusta más hablar de gobierno compartido) de España, que está en su capacidad de diálogo y de construcción de acuerdos amplios, se ha mostrado con claridad en la reciente aprobación de los Presupuestos generales del Estado para 2023. Y aprovecho, de paso, para recordar que es en las Cortes Generales, y no en periódicos, televisiones, radios o redes sociales, donde está representada la soberanía nacional que reside, única y exclusivamente, en el pueblo que las ha elegido.

Que esa fuerza y esa capacidad, el capital de los que tienen poco (o ningún) capital -nos llaman ahora clases medias y trabajadoras-, siga dando frutos y cambiando el país (que no vendiéndolo ni rompiéndolo, que se cree el ladrón etc. etc.) depende del saber, el tino y la prudencia de quienes lo componen y lo sostienen y apoyan. Y entre estos últimos, que se cuentan por millones, me encuentro también yo, si bien sabiéndome el más insignificante de todos.

Y aun insignificante, no me contarán ni me encontrarán entre los que suman sus voces, presumo que sin querer, al vocerío creciente de las derechas de todo tenor por hacer caer cuanto antes el Gobierno legítimo y acabar con su obra, ya sea desde las filas socialistas, ya desde las ‘moradas’, ejerciendo su derecho –que respeto– a expresar libremente sus opiniones, por más que seamos muchos los que -prudencia de los de a pie- callamos voluntariamente las nuestras acerca de sus acciones. Quiero creer, y así lo digo, que sin ser conscientes de cuánto daño hacen… y se hacen: a sí mismos, y a los suyos. Que son, vaivenes de la historia, de uno y otro lado también de los míos.

Y no digo esto ni siquiera principalmente por los recién mentados, sino porque en este tiempo convulso y convenientemente agitado el capital de prestigio internacional, de rigor y de valor de este Gobierno, y de eficacia en la respuesta social ante los problemas, se puede echar a perder, y hasta dilapidar, en un parpadeo.

Sobre todo si nos equivocamos de tiempos y de objetivos. Los adversarios (a los que, por conciudadanos, no llamaré nunca enemigos) no se encuentran dentro del Gobierno ni en sus apoyos sociales y parlamentarios sino entre los que expanden y azuzan el ruido del que se nutren los que quieren dividir a los españoles y a las españolas entre un ‘nosotros’ y un ‘ellos’, entre el pueblo ‘verdadero’ y el ‘no pueblo’ al que antes llamaron la antiEspaña, entre los ‘de aquí’ y los ‘de afuera’… e così via. Esos mismos que se sirven de la incertidumbre y del desasosiego de los más débiles, halagando sus oídos a la vez que los condenan al silencio y al olvido con sus políticas.

Y quizás por eso debieran nuestros gobernantes poner el mayor de sus celos en  acertar. Y para acertar hay que saber distinguir, hoy más que ayer, entre lo urgente-necesario-esencial y lo que lo es menos, por más que sea importante. Porque lo primero, a mi juicio, sigue siendo luchar contra la desigualdad galopante y al alza, insufrible para un corazón progresista y de izquierdas. Y ese esfuerzo para la igualdad se llama sobre todo trabajo y salarios, sanidad y escuela, medio ambiente, cuidados sociales y protección de los bienes comunes y, para que todo ello sea posible, reforma fiscal justa.

Que el resto de cosas-por-hacer tengan su agenda precisa va de suyo, pero es menester que lo importante no nos haga perder de vista lo imprescindible. De fracasar en el intento, la responsabilidad será de todos. De todos, sin excusas ni excepciones.

Y, de ser así, el futuro más inmediato nos verá llorando lo perdido mientras nos despedazamos señalando a los ‘verdaderos’ culpables y a la espera de un día incierto en el que empezar a construir de nuevo lo que hemos contribuido a demoler.

  

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