A los cien años de aquella marcha sobre Roma con la que Mussolini inició su ventennio fascista, la extrema derecha italiana -fascista también hoy, y ufana de serlo- se prepara para alcanzar el gobierno de Italia, esta vez mediante unas elecciones, después de haberse atraído a las otras dos derechas y en coalición con ellas. Sus planes, cambiar la Constitución y cambiar la democracia. Su lema, ‘dios, patria y familia’. ¿Les suena? Y aunque no tan cortita como la madrileña (solo denle tiempo), la Meloni es el espejo donde se mira Díaz Ayuso.
En vísperas de otras elecciones, estas en Estados Unidos, el presidente Biden ha advertido en un discurso solemne de que lo que está en peligro en aquel país ante la ofensiva del fascismo supremacista de Trump y el Partido Republicano (‘no todos, ni siquiera la mayoría’ pero sí los que mandan) es la pervivencia de la democracia misma.
El Partido Popular Europeo, en el que milita nuestro PP, acaba de bendecir la alianza de las derechas italianas con la extrema derecha fascista del lugar. Ya no valen hoy las líneas rojas que Merkel trazó ayer, volubles estas mentes conservadoras. Así que, sí, imagínense aquí a un Vox también formalmente indultado. Como para no estar preocupados. Acuérdense de lo de las barbas del vecino.
No dejaré de insistir por tanto, mientras pueda, en que también aquí, y ahora, lo que está en juego no es tan solo (volver a) ganar el gobierno sino no (echar a) perder la democracia, que es, como se decía antes, un valor superior. Y para no pocos un seguro de vida saludable.
El caldo de cultivo -o el contexto, como prefieran- es el adecuado. El perfecto para que medren, primero, los autoritarismos que dejan paso, más tarde, a todas las modalidades de fascismo. Aunque ninguna, es cierto, confesará que lo es. Salvo, quizás, esos Fratelli d’Italia que ya se ven ampliamente vencedores y no esconden en sus símbolos aquellos otros que tan añejos parecían.
Desconcierto, incertidumbre, inseguridad (atizada convenientemente por los vendedores de alarmas de todas las especies hasta convertirla en temor), miedo (a los precios que suben, al frío que se avecina, a la oscuridad…) y guerra. Y mercaderes por doquier dispuestos a hacer su agosto no importa en qué mes, comprensivos y tolerantes con esos otros que les hacen el trabajo político.
Y en tiempos adversos, la receta es bien conocida: memoria, e inteligencia. Es decir, aquel ‘recuérdalo tú y recuérdaselo a otros’ que nos permita sacudirnos la nostalgia y, a la vez, rearmar nuestros argumentos, más el trabajo, cuya necesidad es ya imperiosa, de explicar que los derechos que un día conquistamos no están asegurados si no los ejercemos, los defendemos y los ensanchamos todos los días. Contra viento, inflación y marea.
Todo eso, y, por que no se nos olvide, apartarnos cuanto más lejos de esa ‘eterna psicopatología de las pequeñas diferencias’ de la que habla hoy Josep Ramoneda en otro lugar, esa dolencia de la que, junto al dogmatismo, no parecen querer curarse jamás las izquierdas de nuestro país. Porque, en materia de defensa de la democracia no basta, aun siendo imprescindible, con la mayor unidad y cohesión de la izquierda sino que nos es igualmente necesaria la colaboración decidida y consciente de las gentes de derechas que son y se reconocen demócratas y no quieren vivir en una patria que no lo sea.
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