(…) De todo ese sufrimiento, de
esa pobreza de héroes callados, de la felicidad de reírse y de comer un pedazo
de pan con aceite y una punta de bacalao salado, una brizna de tonyina de sorra,
vengo yo. Esos fueron mis abuelos. Siento una admiración casi ilimitada por esa
gente, por sus ideas sobre el trabajo, por la claridad con la que separaba el
bien y el mal, por su capacidad para sentir compasión por otros, sin darse
cuenta de que ellos la merecían, porque ellos pensaban que lo suyo era otra
cosa que no aceptaba la compasión: esfuerzo, trabajo, lo que por entonces se
decía salir adelante.
La compasión se reservaba para quienes no alcanzaban ese estadio. Creo que los
residuos del código genético que me transmitieron aún me llevan a sentir
aprensión ante cualquier brillo inútil (social, decorativo o literario) y a
odiar a los oportunistas; a desconfiar de los que hablan más que hacen; del
triunfo que no surge del esfuerzo, casi podría decir que ese poso genético me
ha hecho desconfiar del propio concepto de triunfo. El mundo del trabajo manual
ha conservado –cada vez más débilmente, es verdad– algo del viejo código
popular (es el pueblo galdosiano, hoy borrado como concepto para ser anulado como
grupo, como soporte y transmisor de pensamiento y de moral), y quizá sea esa la
razón por la que me atrae tanto la fuerza física controlada por la idea de lo
útil, energía aplicada a un fin, y odio los cuerpos que la derrochan en
narcisistas ejercicios gimnásticos, corpachones que se deleitan en el ruido de
sí mismos. En esta época en la que todos nuestros valores parecen haber tomado
una oscura deriva, creo que, en los borrosos recuerdos de la miseria
originaria, en el esfuerzo para que la miseria no te degrade, en ese mantenerse
en un estrecho filo siempre amenazado (procurar que la ropa, aunque remendada
cien veces, permanezca impoluta, no descuidar nunca el aseo personal, el decoro
que uno se debe a sí mismo si quiere entrar en contacto con los demás), quedan
algunos elementos en los que apoyarse para reconstruir ciertos pilares
imprescindibles del código que venga si alguna vez este mundo de mierda salta
en pedazos.
Rafael
Chirbes, Diarios. A ratos
perdidos 1 y 2, Anagrama, Barcelona, 2021
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