En Bolonia llovía.
En Ferrara llovía agua suave, sin peso ni sonido, pero el día
nublado era luminoso, como si noviembre fuera mayo, y el pavimento de
las calles duplicaba la luz gris del cielo, y las fachadas rojas
parecían más rojas. La gente iba a pie y en bicicleta de una tienda
a otra, de una oficina a otra oficina, a los cafés (…).
(Justo
Navarro, El espía, Anagrama, Barcelona, 2011)
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