Si
te parece, podíamos ir a darle los días al tío León.
Así la propuesta de mi abuelo, si era fiesta o domingo, o los
hombres estaban de temporal, para que le acompañara a felicitar por
su cumpleaños al amigo o familiar que ese día los cumpliera. Aunque
más que cumplirlos, como ahora, por entonces los años se hacían.
El
tiempo, también el biográfico, tenía otra medida y otro tempo,
quizás entre lento y moderato. La pregunta por la edad no se
traducía en años, y tampoco se inquiría por el cuánto. Era más
importante el qué, ya fuera el qué de qué años, ya fuera
el de qué tiempo. ¿Y qué tiempo dices que tiene? Anda, pues
tu chica y mi chico son de un tiempo. ¡Y qué me vas decir, claro
que tiene ya tiempo como para sentar la cabeza!
Aquel
día de temporal, los chicos sin escuela, hacía los años el tío
León. Seguro que mucho más jóvenes él y mi abuelo entonces de lo
que yo ahora, pero con esas hechuras de hombres sin edad como eran
todos los mayores. No hay más que ver las fotos, todas en blanco y
negro, todas encima de la banca, hombres y mujeres de no más de
cuarenta y ya ancianos. Tan corta la esperanza de vida que entonces
ni se llevaba.
Del
tío León me impresionaban el nombre y el porte, y que fuera su hija
aquella novia que tuvo Nemesio, tan de buena planta que el par de dos
que formábamos Antonio el primo y aquí el servidor de ustedes la
apodamos, más por hacer rabiar que por celebrar su lozanía, la mula
torda. Y cuando a la tarde, vueltos del campo y limpios mis dos tíos
se iban a hablar con las novias a la puerta de la casa de
ellas -si pasaban (sí, ya
pasa) era otra, y más en firme, la relación- los dos primos nos
apostábamos en la esquina de la calle del tío León para enrabietar
al más pequeño de los tíos voceando como tontos aquella tonta
letanía: ¡la mula torda, la mula torda! Sin parar hasta que
un Nemesio harto dejaba el enamoramiento para correr detrás de
nosotros con la correa en la mano.
No
sé en qué modo influiría, si es que influyó, aquella tabarra que
se repetía un día sí y otro también, y algún azotazo que otro y
más que merecido, en que Antonio aborreciera las películas donde
aparecían mujeres. Yo de mayor, decía, quiero ser detective, que
los detectives no se casan. Y algún edipo le rondaba, porque eran
legendarios sus berrinches si en alguna boda -que otra ocasión no
había- veía a su madre, mi tía Rosa, bailar con alguno. Un
berrinche que nunca venía solo sino arropado de algún que otro
vocablo de los que pasaban por malsonantes, que proverbial era
también su mala lengua. Ya contaré, ya, y espero que no se me
olviden, un par de sucedidos que bien que lo retratan.
A
saber si aquel día vino también mi primo a dar los días al amigo
del abuelo que los domingos por la tarde y sin faltar uno se
encerraba con los otros dos o tres de más apego en lo que hoy es la
habitación oscura, donde la banca, con unos puñados de cacahuetes y
un zurra. Decían que para echar una brisca, pero yo sé qué allí
se sentían libres para hablar de lo que no se podía al aire libre.
Muchos anochecidos, aunque no fuera domingo y si no tenía academia,
se dejaba caer por la casa el maestro de la música. Hablaban
moniquito en la cocinilla donde la radio.
Aquella
radio que recibí como una herencia y en la que no cantaba Manolo
Escobar. Y mira lo que te digo, mocetón, a ver si tú sabes lo que
pasa, que en la radio de la tía Fidela sale Manolo Escobar, y en
esta nuestra no se oye más que la Pirenaica. Mi abuela algo se
barruntaba, pero nunca encontró explicación a diferencia de onda
tan grande y particular. Tampoco Pedro se tomó nunca interés en
aclarárselo, que a lo mejor seguía en el enfado de cuando su mujer,
a la primera ocasión que tuvo de votar, votó a las derechas. Si es
que nos lo veíamos venir, y pasó lo que tenía que pasar, contaba
mi abuelo de aquella conquista del voto femenino.
A
lo que íbamos, que a las felicitaciones llegamos y cumplimos.
Siempre la misma fórmula, un auténtico rito que aún hoy me
complazco en repetir, que cumplas muchos con salud, y la misma
respuesta siempre, parte irrenunciable del ritual. Y el tío León:
gracias, Pedro y compañía, y tú que
lo veas.
Tengo
fotos de mi abuelo recién salido de la cárcel. Envejecido y enjuto,
como enteco. Tanto, que en los años que siguieron no hizo más que
rejuvenecer. De semblante y de humor, y aun de amor, de tarde en
tarde ese punto de tristeza y nostalgia en la mirada. Juro que los
vi.
** A mi Paulita, que hoy hace los años,
con el deseo de que cumpla muchos con salud
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