jueves, 1 de octubre de 2015

vislumbres

1.
Olía el mar a salitre, a sentina de barco, a mazmorra, a piedra mojada, yodo y humedad, y a él aquel olor le parecía importado del otro extremo, y pensó que el Mediterráneo es un mar redondo como una circunferencia. Se acordó el viajero de las lejanas noches en Tánger, en Alejandría, en Djerba, en Porto Fino, en Estambul. Y supo que es imposible elegir entre cualquiera de los infinitos puntos que componen una circunferencia. Todos la cierran por igual. Y la ausencia de cualquiera de ellos la destruye. Y, sin embargo, no podía reprimir la emoción que le causaba pensar que Creta era tal vez el primer punto en el que se apoyó la pata del compás: una especie de útero que había engendrado esa forma de ser de la que ni los años ni el alejamiento conseguían curarlo a él.

2.
A ratos llovía, y la ciudad y aquellas vidas se hacían aún más delicuescentes y acuáticas. Si la pareja lectora de guías se levantaba temprano en aquellos días cortos e invernales podía llegar a vivir el milagro de la plaza de San Marcos vacía -los dos a solas, con la piedra y el agua alta- y también podría recorrer de noche las callejas húmedas y abandonadas, hasta que el silencio, sólo roto por el agua que golpeaba los muelles, los inundaba a ambos con un sentimiento fronterizo del miedo. Y entonces era como si, en esos breves meses de temporada baja, el lobo de la belleza enseñara sus orejas y uno descubriera entre las sombras de brea del canal fragmentos de las resacas de Múnich junto a una parada de autobús, o escuchara el rumor de un metro que se acerca a la tristeza del andén en la madrugada del invierno de París. Y es que la belleza tiene un dorso oscuro del que las guías no hablan nunca y que se parece peligrosamente a nuestro propio cuarto de estar.

3.
La intrascendencia -ese lema de la postmodernidad- ocupa las calles de Benidorm, sus escaparates, sus lugares de encuentro. En Benidorm (y ésa es, probablemente, una de las razones de su atractivo para tanta gente) todo es modesta y exactamente lo que es, nada se adorna con un discurso ideológico que acreciente sus plusvalías, y la más pura intrascendencia se manifiesta con irreprochable impudor y se ofrece a unos precios fuera de competencia, prolongando sin solución de continuidad lo que aparece del otro lado de la pantalla del televisor en gozoso cumplimiento del Estado de bienestar.

4.
Roma siempre activa dolorosamente en el viajero ese virus de la melancolía. Él quería estar en esa ciudad en todas partes y poder volver en cualquier tiempo. Y eso lo enfrenta a la contradicción  que existe entre el interminable tiempo de los dioses y el tiempo mezquino de los hombres. Roma le ofrece el guiño tentador de un tiempo intermedio, que es el de las obras que los hombres concibieron al amparo de una idea y una ambición desmesuradas y que les permitieron tocar con la punta de sus dedos mortales los dedos de la divinidad.

(en Rafael Chirbes, Mediterráneos, Editorial Anagrama, 2008)

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