No me gusta desear felicidad a plazo fijo y en fechas previamente señaladas. Más me gusta extender el deseo más allá de estaciones y paisajes y geografías. Que sea ecuménico, universal.
Pero no consigo disciplinarme (ojo!, nadie suponga que disfruto -o necesito- de azotes) y caigo siempre en el vaivén de la respuesta a las felicitaciones con todo tipo de (buenos) deseos que recibo. Y pongo en marcha, entonces, mi invitación para el año que ya se anticipa. Que me gusta hacer, y mucho. (Y aunque mis alumnos de entonces -felices ellas, y ellos- puedan recordarme incitándoles a pensar de dónde obtenían su fortísima convicción de que efectivamente llegaría un año nuevo, que sería además posterior al presente en (el) curso: dolores de cabeza con nuestro invitado Hume, que nos enseñaba la fuerza de la fe -believe- y la costumbre).
Invitación que es incitación, que no deja de tener un mucho de fe y un algo de costumbre. Y en este año de crisis y de nieves que se va agotando lentamente, como si tuviera los días contados, he querido invitar/incitar a la esperanza -que es espera con fe y con tesón- y a la alegría, que es sonrisa y luz y día.
Esa esperanza es Miguel Hernández, pastor y poeta. Sus poemas son partituras, música que mecen las palabras. Tanto que, tocándolas, se puede cambiar el mundo. O la vida. O la historia.
Aquí queda. ¿Aceptáis?
‘Esperar. No cansarse de esperar la alegría.
Sonriamos. Doremos la luz de cada día’
(Miguel Hernández)
… y en este 2010
que deseo feliz y generoso
te propongo
probar nuevas formas de decir
ánimo, gracias, estoy aquí,
cuenta conmigo, te quiero,
miradas nuevas para compartir
la alegría del mundo,
de ésas que sueñan
con cambiar la vida.
Sé que quieres:
vamos juntos. Y libres.
La música, aquí
Yo he reutilizado la felicitación para felicitar a mis amigos. Socialización del verso, compañero. He dejado la firma pero no he pagado derechos de autor.
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