jueves, 23 de abril de 2009
23, de libros y memoria (y una Rosa)
Esta mañana me he vuelto a enamorar de la lectura, y he vuelto a renovar mi amor por los de siempre, por los que siempre pierden. El responsable, aunque yo diría más bien que sólo a medias, Juan Marsé y su palabra en el acto de recepción del premio Cervantes, que se ha hecho discurso modesto y lúcido, entrañable e irónico. Si no me delata mi torpeza, un poco más arriba se podrá leer.
Una lectura que comienza con el acierto de mencionar a Gamoneda y Gelman ("como si la poesía me tendiera la mano")y se mueve en el hilo frágil que desvela y teje la relación entre apariencia y realidad, ese eterno conflicto tan real como aparente del que se viene ocupando la palabra desde que es lógos (con Platón, y antes Heráclito y Parménides) y en el que sustentan el cine y la literatura, y puede que la vida misma.
Unas palabras sabias que hablan de la imaginación y de la memoria como ingredientes necesarios del escritor y en las que se narra (el lenguaje como cine)el episodio triste de una quema 'preventiva' de libros, de cartas y de fotos convertidas finalmente en 'mariposas negras', en 'ceniza fugaz' de las palabras y de las ilustraciones.
Oyéndole decir que no fue, ni lo quiso ser, 'el escritor obrero' que en él algunos barruntaban, pero que tampoco le habría disgustado, y afirmar que no se considera un intelectual sino 'un simple narrador' al que le asusta que la teoría asome su hocico impertinente, y traer a la mañana de Alcalá los versos limpios de Machado, me vinieron a la memoria mis lecturas de Marsé, el enorme placer, la intensidad, las ganas de que no se acabe nunca y la necesidad de seguir viviendo sus historias.
Lo he recordado esta mañana con mi amigo Rafa Asín, que tuvo la suerte de ser su vecino. Y he vuelto a evocar esa relación extraña que he establecido entre él, aprendiz en el taller de joyería, y el Espinosa (Spinoza, escribirán por ahí) que fue pulidor de lentes, filósofo que se ganaba el pan con el trabajo de sus manos. Quizás porque son las mismas las manos con las que trabajan las palabras, las que se esmeran en el lenguaje tallando, puliendo, engastando ese material tan sensible del que están hechos los sueños. El material en que consisten la memoria y la imaginación, tan distintas y tan idénticas que acaban confundiéndose (y confundiéndonos).
No encuentro entre mis libros, no sé dónde lo puse, el que me falta por leer, aquel Encerrados con un solo juguete que nunca he abierto. Tendré que hacerlo antes de que el maestro nos regale con nuevos escritos.
Ayer, aunque no era oficialmente día del libro, compré algunos. El de costumbre por su cumpleaños para Pepe -esta vez fueron dos, que había que celebrar el amor nuevo- y uno para mí. El que buscaba especialmente no pudo ser, y sólo puedo adivinar el brillo de los ojos amantes y lectores el día en que lo encuentre y lo comparta.
El espíritu áspero, con olor de tinta recién impresa y que recuerda en el título a los chicos y chicas que estudiamos griego, de Gonzalo Hidalgo Bayal fue, junto con Completamente viernes (LGM) para Pepe. Otras islas, de Manuel de Lope, me espera tentador. Será esta noche.
Manuel de Lope tiene, como Marsé, un mundo propio de imaginación y memoria. Como Antonio Soler. Son los tres, con Muñoz Molina, alta literatura, fruición garantizada. Y forman parte de esa no tan amplia nómina de escritores españoles que a su talento suman ese horizonte de resistencia y de ética civil que nos devuelve la memoria al tiempo de los héroes anónimos, de los que aun perdedores supieron construir con dignidad los tiempos del presente.
Hoy, 23 de abril, en Barcelona es fiesta de libros y de rosas. Y en toda España, con un especial acento andaluz, hoy es noticia otra Rosa, la cordobesa Rosa Aguilar. Mientras muchos la apuntan ya -la sombra del sectario es alargada- en la particular lista de los traidores, otros muchos queremos decirle tan sólo que estamos convencidos de que Córdoba no pierde una buena alcaldesa sino que gana (y con ella toda Andalucía)una excelente consejera.
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