lunes, 28 de octubre de 2024

Caparrós, por lo derecho

La capacidad de esclarecer en pocas líneas, si escritas las palabras, o en razonamientos concisos o discursos orales que no necesitan ser prolijos, esa capacidad, digo, le es dada a muy pocos. Y de estos pocos -o pocas-, sobre todo a quienes le ponen nervio, y carne, al propósito. Así Martín Caparrós, que hace unos días publicó La palabra derecha, una columna que encierra todo un tratado de política. O de sociología. O, si se me permite, de sociología política. Por lo derecho -con la palabra derecha, o sea, sin torceduras- define con certeza la esencia de la derecha, la de ahora y la de siempre, y sus afanes más actuales.

Vaya un párrafo:

(…) la derecha siempre se definió por conservar, por pelear para que nada cambiara porque cualquier cambio era peor, destruía el orden. No se podía ser de derecha sin una religión, que garantizaba que todo iba a seguir igual porque era la voluntad de un dios. Ni se podía ser de derecha sin algún dinero porque la derecha existía para garantizarte que los pobres no te lo “robarían”. Ni se podía sin aferrarse a las viejas tradiciones y las viejas reglas. Ahora, en cambio, muchos de los votantes de derecha son trabajadores que temen ser reemplazados por migrantes, perder los privilegios que deberían tener por haber nacido más cerquita. Estas nuevas derechas expresan y exprimen como nadie el miedo al diferente.

Pero la meta que realmente los unifica a todos es la que silencian: mejorar las vidas de los ricos. Lo hacen de muchas maneras. El enredo fiscal es uno de sus favoritos: se nota poco y los beneficia mucho. Y así cumplen su viejo objetivo con eficacia renovada: si hay algo que estas nuevas derechas tienen en común es su habilidad para conseguir que los voten los pobres para defender los intereses de los ricos. Descubrieron que estas nuevas máscaras ultras pueden dar un aspecto moderno y sexy a las políticas de siempre, y tratan de ponérselas. Usar a los descontentos para mejorar la situación de los más contentos es el truco más viejo del manual y, por eso, cada tanto cambia de nombre comercial: ahora se llama extrema derecha cuando debería llamarse la gran derecha, el gobierno tradicional de los poderosos de toda la vida. O derecha a secas (…)

 Me encontré con Caparrós hace ya años, cuando cayó en mis manos una novela suya, A quien corresponda, y ya no he dejado de seguir sus pasos desde entonces. Novelas, ensayos, crónicas, columnas de prensa y escritos siempre de interés -del mío, al menos-, polémicas de argentino con mucho mundo a cuestas y a sus pies, lucidez siempre y valentía.

 Acaba de dar a la luz un nuevo libro del que le he oído decir que es un recuento de su vida y de sus hechos y que no sé si leeré. Sé, sí, que no se da por derrotado frente a esa enfermedad que le obliga ahora a valerse de una silla de ruedas y amenaza con un despliegue insolente hacia el silencio total que, por el momento, parece el sino de los afectados de ELA.

 Por Martín, y por otros que nos quedan hasta más cercanos, sé que muchos de nosotros tampoco nos resignamos a la derrota. Le llamábamos, resistentes, optimismo de la voluntad. 

lunes, 1 de julio de 2024

Doce

Son muchas las voces que se alzan
advirtiendo
de cómo el mundo está cambiando.
Aprisa, dicen,
que está casi al llegar su decadencia
final y sin remedio
confundidas verdades con mentiras
maltrecha la piedad y encumbrada la codicia.
Por doquier odio y dolor
                                                  y rabia.
 
No es ese el nuestro, amor,
el que juntos soñábamos entonces,
y apenas si alcanzo en el revuelo
a escribir algún verso torpe en estos días
de azul y de sol y de añoranza
cuando se llega el verano de tu ausencia.
 
Son muchos ya los años que te escribo
sin otro consuelo que contarte
cómo sigue la vida entre nosotros,
de una nueva familia en Barcelona y un piano
que nos canta las fechas señaladas
de un Pedro convertido en pedagogo y de Teresa
las nuevas alegrías
que compartes y celebras a la espera
de un Londres abierto de nuevo a la esperanza.
 
Sabrás que no te han olvidado
tus amigos
y recuerdan tu sonrisa luminosa y ancha
-nosotros también en tu pelo la lluvia-
la dulzura de tus ojos y el amor
por aquellos que fueron tus alumnos.
Suena tu chelo en Transilvania con Duz y esas canciones
que fueron nanas en los brazos de tu abuela.
 
Y aquí nos tienes
sin ti y siempre contigo, en pie
sabiendo que la vida es mejorable
y que se pueden cambiar los designios más funestos.
Somos más la gente buena
la que pide la paz y la palabra.
Si no se paró el mundo el día
en que tus ojos se cerraron
nunca ya se detendrá
ni vencerán
                        ¿te acuerdas de Gioconda?
los portadores de falsas profecías.
 
Descansa, amor, y no lo olvides.
Seguimos en pie.
                                    Y te queremos.

viernes, 29 de diciembre de 2023

iniquidades

Decidme dolor y os diré Gaza
y unos ojos inocentes
que miran aturdidos al vacío
perdida ya su luz y ciegos
ajenos al sol y al mar
y a la esperanza.
Decidme paz y digo Palestina
y unos niños que sueñan con fusiles
en el corro de muertos insepultos
recién llamados al martirio.


Decid feliz y próspero año nuevo
y os diré
la palabra más salaz
que mi lengua haya inventado.
Más de veinte mil dicen que son
-más otros cuantos miles yaciendo

entre escombros su infortunio-
los muertos a fuego sangre y rabia
y a dentelladas homicidas
de la bestia sorda y ciega
y asesina
insaciable y voraz su sed y su deseo.


Venganza y talión, pueblo elegido
amnesia y borrón, nación de errantes
holocausto sin pecados crematorios.
Perdón decís, y condena digo
y maldición
y aguardo un solo justo -uno tan solo
para celebrar la anunciación

de más días hermosos.


lunes, 2 de octubre de 2023

memorias

 Mis primeros recuerdos

se guardan en el patio de mi casa:

una hiedra,

la parra que mi padre plantó,

tres gatos…


Y de noche,

contar las estrellas.



viernes, 29 de septiembre de 2023

de gustos

A ti

te gustaría olvidar

y a mí

cogerte de la mano y caminar

 

tal vez besarte

 

o al menos intentarlo

de notar en tus ojos el si quieres

de otros tiempos

 

no sé

te lo confieso

si podré cruzar alguna vez

el rio que adormece los recuerdos

aquel que borra toda dicha

 

si podré alcanzar la orilla donde no estén ya

tus manos

 

a mí me gustaría

sentir en mi cara la lluvia nuevamente

y a ti

cancelar definitivamente el tiempo

 

ajena ya del todo nuestra común memoria

soberano solo en tu corazón

tu personal dictado

 

sea


de gustos

y aun de colores

ya se sabe

está casi todo escrito.


(GM Blanco, en Memorias)


martes, 26 de septiembre de 2023

GN

Mientras el aspirante Feijóo declama su oración fúnebre por una España siempre pronta a romperse si  las derechas no mandan en ella, veo en directo los preparativos del funeral laico y el último paseo por Roma de un napolitano casi centenario, comunista y reformista y dos veces presidente de la República de Italia, antifascista y resistente, hombre de honor y dignidad al que ahora rinden los honores de despedida en el Parlamento donde entró por primera vez en 1953, el año en que estaba yo naciendo.

Y lloro ¡qué le vamos a hacer! con mis amigos italianos, i miei compagni, que lo respetan y aun lo quieren. Solemne su entrada a Montecitorio, il Congresso dei deputati, hoy catedral del laicismo a la italiana, donde incluso un cardenal pronunciará una homilía laica y cívica. Ayer fue el mismo Papa Francisco quien presentó personalmente sus respetos en el aula del Palazzo Madama, sede del Senado, ante el féretro de Giorgio Napolitano. Un hecho insólito, y elocuente.

Dos Congresos hoy tan distintos, el de mi España y el italiano, las máximas representaciones políticas de mis dos patrias afectivas. En uno, las derechas que hoy se saben de antemano derrotadas, aunque no vencidas, por la mayoría de representantes de la soberanía nacional. En otro, las derechas en mayoría y la más extrema al frente del Consejo de ministros de un Gobierno de coalición con los independistas de allí -y los neosoberanistas- dentro.

Y la memoria me lleva a otro congreso, aquel del PCE donde Julio Anguita fue elegido secretario general, febrero de 1988. Algo tuve que decir -lo sé, pero no voy a traerlo ahora aquí- para que Napolitano y Pietro Ingrao, otra figura inolvidable del comunismo democrático, que encabezaban la delegación del Pci (aquel Partido que se disputaba con la Democrazia cristiana un puesto en la eternidad), me buscaran para felicitarme, mostrar su acuerdo con las posiciones que por aquel entonces defendí… y ofrecerme una estancia en la escuela de formación de cuadros del partido italiano. A la que no asistí, todo sea dicho.

Si dijera que no me sentí halagado os mentiría. Pero es igualmente cierto que lo que más me sorprendió fue la modestia y la amabilidad de aquellos dos gigantes del eurocomunismo y de la política y el parlamentarismo italianos conversando conmigo. Con un nadie.

El mismo nadie que hoy se emociona y se conmueve con la emoción de Sofía, la nieta de Giorgio, que  recuerda en sus palabras cómo su abuelo daba la mayor de las importancias al valor de la amistad y el combate por los ideales. Con Anna Finocchiaro, que no puede reprimir sus lágrimas evocando la memoria de su amigo Napolitano. 

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