Si eres mujer y casada y naces y vives en el siglo XVI tienes cegada tu ambición y cerrado tu presente hasta la muerte, al cuidado del marido y de los hijos y, si eres de hidalga condición, bien atendidas las atenciones que la religión requiere. Y reprimidas, si las tuvieres, o sublimadas cuando tu ser fémina te enseña tus límites, las ensoñaciones.
Quizás por eso Jerónima, que adoptó el apellido de su madre y pasó a ser De la Fuente, ingresó en el convento toledano de Santa Isabel de los Reyes y tomó los hábitos de las franciscanas clarisas. Tenía 15 años por entonces y pudo así ser mujer y suya y, pasados 28 años de servicio conventual en menesteres bien diversos, dar rienda suelta a su ambición de ser y de notoriedad y solicitar, fraile/hombre mediante, la gracia y autorización de marchar a Manila. Su norte, el de la fundación: fundar, crear, construir… un convento para novicias y profesas en su día. Un tema, el de la fundación, que es empresa de mujeres fuertes dadas a la consagración religiosa. Esposas de Cristo y de nadie más, por más que esté presente por doquiera que ellas van ese erotismo difuso -y difundido- tan bien contado en literatura por esas mismas mujeres que mueren porque no mueren.
Monjas ‘madres’ y esposas que dialogan con su esposo-dios y hasta le reclaman el premio de la santidad que bien saben ellas que sin duda se merecen. Y ese dios, en la mente bien armada de María Gómez-Comino Mata, la autora de esa re-creación llamada ‘Jerónima’, tiene el acierto de ser hombre y mujer a la vez y simultáneamente, que así se nos manifiesta en la voz/voces en off desdoblada(s) que reprocha(n) a la toledana su terquedad en la reclamación. Ella quiere ser santa y lo exige. Lo reclama porque se lo merece, en una espera eterna en la que se ayuda de una Mahou fresquita (hacía calor en el patio del palacio de la representación) y una bolsa de chips crujientes.
¿O es que no tiene mérito partir a las Filipinas con los 65 cumplidos, que serían hoy quizás más cerca de los 75, con ambos pies ya en una de esas residencias para monjas espiritualmente jubiladas, en una travesía de más de un año? ¿O es sin mérito echarse a la mar océana rodeada de ‘galeotes, piratas y prostitutas’ con algo menos de una decena -en la obra son tres, que María sabe de economía escénica- de hermanas en la fe y en la profesión, cronista incluida? ¿Acaso no es meritoria la tozudez jerónima de cobijar en su convento a todo tipo de jóvenes, sustrayéndolas así a la tiranía del débito conyugal y la obediencia fiel al jefe señor y marido? ¿O saber que embarcarse en misión era una decisión sin posible marcha atrás y sin retorno posible por voluntad de nuestro señor Felipe II?
María Gómez-Comino, pura fibra emocional, nos ha recreado -fue un auténtico recreo- con las secuencias no secuenciales de una vida actual de hace más de cuatro siglos con el acierto ideológico, lingüístico y teatral de mezclar nuevo y viejo y de fundir en uno varios géneros dramáticos y hacerlo con ritmo y buen pulso de autora-directora sin ahorrarnos la inclusión del tecno en la polifonía musical que se les supone a las sucesoras de Santa Clara. Ni siquiera el gag del bingo para el que no pocos espectadores habíamos dispuesto los cartones, insuficiente el crowdfunding del cepillo para atender a las muchas necesidades financieras de una fundación extracomunitaria. Que no es un acierto menor llenar de humor y guiños de actualidad un asunto tan de nuestro barroco, prólogo del abastecimiento hoy de jóvenes novicias llegadas de las que antaño fueran colonias para nutrir los conventos -y sus obradores- ayunos de vocaciones nativas.
De ambición, amor, traiciones y rebeldía la historia bien contada, ágiles los diálogos, medidos los monólogos, las pausas a su tiempo. En un escenario austero de acero frío que bien se compadece, bidones de atrezzo incluidos, con el voto de pobreza y la reclusión de la clausura, que los restantes dos bien parece que se pueden desatender. Y de cuando una presencia en El Prado, Velázquez mediante, puede competir en memoria y eternidad con una vaticana elevación a los altares. ¿O -palabra de dios- te parece poco?
Y sí, María. Esta última es, quizás, de todas cuantas imágenes nos mostraste, la de más alta irreverencia. O al menos a mí -que escribo esto para agradecerte el buen rato y el placer que me regaló tu inteligencia- así me lo parece. Del incensario ya hablaremos otro día.
** Jerónima se estrenó a las 22:45 h. del 7 de julio en el palacio de los Villarreal de Almagro, con ocasión del Festival Internacional de Teatro Clásico.
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