La capacidad de esclarecer en pocas
líneas, si escritas las palabras, o en razonamientos concisos o discursos
orales que no necesitan ser prolijos, esa capacidad, digo, le es dada a muy
pocos. Y de estos pocos -o pocas-, sobre todo a quienes le ponen nervio, y
carne, al propósito. Así Martín Caparrós,
que hace unos días publicó La palabra
derecha, una columna que encierra todo un tratado de política. O de
sociología. O, si se me permite, de sociología política. Por lo derecho -con la
palabra derecha, o sea, sin torceduras- define con certeza la esencia de la derecha, la de ahora y la de siempre,
y sus afanes más actuales.
Vaya un párrafo:
(…) la derecha siempre
se definió por conservar, por pelear para que nada cambiara porque cualquier
cambio era peor, destruía el orden. No se podía ser de derecha sin una
religión, que garantizaba que todo iba a seguir igual porque era la voluntad de
un dios. Ni se podía ser de derecha sin algún dinero porque la derecha existía
para garantizarte que los pobres no te lo “robarían”. Ni se podía sin aferrarse
a las viejas tradiciones y las viejas reglas. Ahora, en cambio, muchos de los votantes
de derecha son trabajadores que temen ser reemplazados por migrantes, perder
los privilegios que deberían tener por haber nacido más cerquita. Estas nuevas
derechas expresan y exprimen como nadie el miedo al diferente.
Pero la meta que
realmente los unifica a todos es la que silencian: mejorar las vidas de los
ricos. Lo hacen de muchas maneras. El enredo fiscal es uno de sus favoritos: se
nota poco y los beneficia mucho. Y así cumplen su viejo objetivo con eficacia
renovada: si hay algo que estas nuevas derechas tienen en común es su habilidad
para conseguir que los voten los pobres para defender los intereses de los
ricos. Descubrieron que estas nuevas máscaras ultras pueden dar un aspecto
moderno y sexy a las
políticas de siempre, y tratan de ponérselas. Usar a los descontentos para
mejorar la situación de los más contentos es el truco más viejo del manual y,
por eso, cada tanto cambia de nombre comercial: ahora se llama extrema derecha
cuando debería llamarse la gran derecha, el gobierno tradicional de los
poderosos de toda la vida. O derecha a secas (…)
Me encontré con Caparrós hace ya años, cuando cayó en mis manos una novela suya, A quien corresponda, y ya no he dejado de seguir sus pasos desde entonces. Novelas, ensayos, crónicas, columnas de prensa y escritos siempre de interés -del mío, al menos-, polémicas de argentino con mucho mundo a cuestas y a sus pies, lucidez siempre y valentía.
Acaba de dar a la luz un nuevo libro del que le he oído decir que es un recuento de su vida y de sus hechos y que no sé si leeré. Sé, sí, que no se da por derrotado frente a esa enfermedad que le obliga ahora a valerse de una silla de ruedas y amenaza con un despliegue insolente hacia el silencio total que, por el momento, parece el sino de los afectados de ELA.
Por Martín, y por otros que nos quedan hasta más cercanos, sé que muchos de nosotros tampoco nos resignamos a la derrota. Le llamábamos, resistentes, optimismo de la voluntad.