domingo, 30 de octubre de 2016

ayer

Ayunos de visión ‘política’, fundamentalistas de los principios, sentimentales tercos, inmovilistas. Ayer, sin ir más lejos, gentes de ‘pluma y juicios fáciles’ (A. Elorza dixit) prestas al linchamiento. Ignorantes del funcionamiento de la democracia, personas carentes de la necesaria sensatez, sospechosos -cuando no sencillamente malos- militantes… De casi todo hemos leido/visto/oido estos días los que mantuvimos la posición de que el PSOE debía mantener su comprometido -de compromiso, y también de riesgo- no a la investidura de Rajoy como presidente del Gobierno, los que seguimos pensando hoy que entre esos dos males que describía el primer titular de la comisión gestora -abstención o terceras- el comité federal no ha optado por el menos malo sino por el peor. Porque las terceras se celebrarán.

No es necesario tener el alma entregada a alguna de las iglesias podemitas para pensar así. Es más: quienes nos acusan de podemizados han abierto un boquete enorme, propicio para todo tipo de hemorragias, en el cuerpo -hasta ahora no místico- del partido y, con la presidencia del Gobierno a Rajoy, le han regalado a Iglesias Turrión -sin merecerlo- el privilegio de convertirse en el principal vocero de la oposición. Ayer se vió. Tanto como la nula credibilidad de las palabras del portavoz ocasional del PSOE, ese mismo al que tantas veces le oimos decir que ‘bajo ninguna, y digo ninguna, circunstancia vamos a hacer presidente a Rajoy’. Humillante, que le hicieran jugar ese papelón. Un escarnio que él lo aceptara.

Al PSOE le hacía/le hace/le hará falta atraer hacia sus candidaturas muchas decenas de miles de votantes, y lo que no podía/no puede permitirse es perder ni uno solo de esos 5.424.709 que obtuvo en las últimas elecciones. Y me temo que la sangría, y más después de ayer, es ya mayor que la hipotética pérdida en unas terceras. Es más. Futurible por futurible, yo apuesto a que una postura firme ante un candidato que ayer mismo dijo que de demoler sus ‘reformas’ nada, ni una nos hubiera ayudado al menos a retener -un suelo, no un duelo- a la inmensa mayoría de esos electores e incluso a sumar a muchos de los que eran ya conscientes de que algunos miraban más por ser jefes de la oposición que por mandar al jefe de la derecha a su plaza de registrador de la propiedad de Santa Pola.

Un día aciago, el de ayer. Cuando -rodeadores a parte- mayor es y más exigente la demanda de coherencia, de lealtad y respeto a la voluntad de los electores, de ética en la política, la respuesta de la dirigencia del partido socialista -la abstención que no es apoyo porque usted es el peor presidente que cabe imaginar- acabó de sembrar el desconcierto en millones de votantes y aumentó el cabreo de una militancia que empieza a recelar de quienes dicen ser sus representantes pero no quieren oír lo que piensa. Una respuesta que hizo llorar -sí, porque también cuentan los afectos, y los sentimientos- a muchos: las lágrimas de Pedro Sánchez las respeto, pero las de mi madre las sufro.

Ayer no solo abrimos la puerta del Gobierno a la derecha más nefasta -¿también la del Consejo de ministros a la Cospedal?- sino que pusimos sordina a la corrupción (la preministra dice que el de la Gürtel es un juicio sin garantías), nos inhabilitamos para liderar la oposición y dejamos de ser por mucho tiempo, además de un claro referente ético, el partido vertebrador de la izquierda. Y quedamos en la peor de las situaciones para cuando se celebren esas terceras. Que haberlas, las habrá. Sin quererlo, mérito fue del joven rufián que nos uniera en el desprecio a unas palabras que insultaban la memoria de tanto sacrificio, tanto dolor, tanta cárcel y tanto paredón.

¿Y qué hacer? Levantarse, y avanzar. Y para eso, hablar, debatir y elegir. Votando. Elegir un camino, fijar con claridad unos objetivos, renovar e innovar principios y programas. Reforzar la democracia para que no quede reducida a las raspas de una democracia representativa que en estos días ha dejado al desnudo sus limitaciones y sus vergüenzas. Decidir si queremos seguir siendo un partido en el que los aparatos deciden qué hacer o un partido de militantes, abierto en sus deliberaciones y en sus decisiones a los ciudadanos progresistas, que les digan a los aparatos lo que deben hacer. Y hay que elegir -un militante, un voto- una dirección que ponga fin al mandato de una gestora elegida a hora incierta por los supervivientes, en número que nunca sabremos, de aquella sesión de un comité federal de infausta memoria.

Aunque, muy a nuestro pesar, la esperanza que muchos tenemos en el próximo congreso es casi tan grande como el temor de que no se celebre hasta no haber dejado todo convenientemente atado.

viernes, 28 de octubre de 2016

vísperas

¿Que hay que desdramatizar? Sea. No le llamemos traición. ¿Desprecio, quizás? ¿Que sigue siendo fuerte? ¿Abandono, entonces? ¿Que tampoco? Pues pongamos que quiebra, si los más sensibles lo prefieren, de la lealtad. Porque en estas vísperas, como si recogidas a la tarde en oración, un grupo de sus señorías elegidas en las candidaturas socialistas se debatirán entre dos lealtades. A saber: la lealtad al comité que con su bendición las puso en las listas, y la lealtad a los electores que con nuestro voto las pusimos en los escaños del Congreso de los Diputados que ahora ocupan.
Y aunque en estos días cunde entre los bienpensantes la curiosa, si no estrafalaria, teoría de que militantes y asimilados no estamos capacitados para la deliberación compleja de asuntos de muchos matices, y que por ello preservada ha de quedar y reservada a esa categoría de los llamados representantes, es evidente que la decisión de lo que vayan a hacer mañana les corresponde en exclusiva a sus señorías. Esas que, no por casualidad sino por constitucionalidad, no están sujetas a mandato imperativo alguno.
Y una lealtad quebrará. Seguro. Porque se encuentran en una disyuntiva que, salvo ausencias o renuncias, les obliga a elegir entre dos únicas opciones, alternativas y excluyentes. En este caso, o con el comité o con sus representados. Con los que los han puesto en las listas, o con los que los hemos puesto en los escaños.
Quizás sean estos momentos propicios para pensar que la calidad -y la permanencia, y el robustecimiento- de la democracia tiene que ver cada vez más con el respeto a la palabra dada, al compromiso, a la promesa. Al contrato en que consiste el voto. Tú me dices para qué y yo delego en ti. Y no para cualquier cosa, sino justamente para aquello en lo que has empeñado tu palabra, en lo que te has comprometido conmigo. Y para eso están los documentos programáticos, y los pronunciamientos públicos de candidatos y dirigentes.
¿Que han cambiado situaciones, que hay nuevas circunstancias? ¿Que se presenta sin esperarlo un hecho que obliga a una reconsideración? Es posible. Pero entonces, hazlo conmigo, no sin mi. No contra mi. Porque fui yo, fue mi voto, señoría, y no tu comité, el que te convirtió en representante y te dio la voz y el voto que emitirás mañana.
Sabemos de antiguo que las palabras, que el lenguaje, tienen esa capacidad asombrosa de hacer emerger la realidad, y también la de crearla e, incluso, la de ocultarla y hasta negarla. Que a veces las palabras son, devaluadas, medias palabras. Hace mucho que perdimos la inocencia original -si es que alguna vez la hubo- pero tenemos viva la memoria de la palabra que por las calles y las plazas de toda España, en todo tipo de escenarios, durante la campaña electoral, antes del voto, y aún después, hasta ayer mismo, empeñó el PSOE. Un partido -y unos militantes, y unos candidatos- de palabra.
Quizás mañana optéis por ser leales al comité que os puso -y puede que os mantenga- en las listas. Pero entonces debéis saber que quizás no nos encontréis para poneros en el escaño. Que esa capacidad por ahora le está únicamente reservada a ciudadanos -y por ende, políticos como vosotros- con derecho a voto.
Ojalá no. Para que no se haga verdad ese latiguillo -que azota, claro que sí- que ayer oí una vez más, puesto esta vez en boca de un personaje de serie argentina, de que ‘los políticos’ son expertos en hacer desaparecer lo evidente. Para que el PSOE siga siendo -y lo sea por muchos años- un partido de palabra. Es decir, de fiar.
Ojalá no. Para que así conciliéis convicciones y responsabilidad. Para que no tenga que deciros mañana a la tarde, hora de vísperas: ‘Me representábais porque os elegí con mi voto. Ahora ya no’.

jueves, 27 de octubre de 2016

investidura


Ahora, más que nunca
se creían valiosos.
Orígenes y duelo
de toda una pasión, de verdadera prole
de asesinos, de manchas
en la pared, donde la lluvia
consolidó el disparo
o vocerío entre las aguas. Polvo
de amor; de lo que ellos llamaban
amor.

Se creyeron tan dignos,
tan magnánimos jueces
de una historia aprendida en cartillas de escuela.
Fuera como si otros, alguien,
desde arriba, de lejos, de las nubes
hubiera hecho el papel de intermediario
alzando
tanta miseria,
echándola a voleo sobre las cabezas.

Y cuando aquella historia
definitivamente acaeciera
otra resucitaría. Y serían ellos
los que yéndose al muro de las lamentaciones
volverían a hablar
de su origen y de sus emblemas
sin que nadie les escuchara.

(Agustín Delgado, de Nueve rayas de tiza, 1968)

miércoles, 19 de octubre de 2016

espera

Perdida en el desorden de un cuaderno de apuntes, sin fecha, entre las notas para un debate de entonces y el esbozo de un poema que habla de una draga entre la niebla, esta cita:

‘Esperar de alguien, al menos de esa manera, equivale a cancelar la existencia de uno mismo, a hipotecarla por un tiempo condicional, a cambiarla por un absurdo subjetivo.
Obsesionarse con alguien que ha decidido no estar es regalar minutos, horas y días enteros de nuestra vida a quien ni los ha pedido ni quiere tenerlos; es condenar esos minutos, horas y días a la dimensión del tiempo perdido, de lo inservible; es desaprovechar la infinidad de posibilidades que ese tiempo nos ofrece y canjearla por la peor de las opciones: la frustación, el sufrimiento’
(G. Nettel __ )

jueves, 13 de octubre de 2016

fo


Come diceva Bertold Brecht: “Nei tempi bui cantiamo dei tempi bui, poi verrà anche per noi il tempo delle rose”. Ma non illudiamoci, vedremo tornare ancora l’arroganza e la ferocia del potere. Un potere rivestito con costumi nuovi, volti mascherati con sotto le stesse facce. E vedremo anche nostri compagni passati sotto le file loro per pochi o tanti quattrini. L’importante per noi è avere la forza di tornare da capo, con la stessa rabbia e la stessa determinazione di mostrare di nuovo al pubblico il deretano nudo e orrendo dell’ipocrisia.

Dario Fo

(de la presentazione de Morte accidentale di un anarchico, Einaudi, Torino, 1974)
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