Fue uno de los primeros días de septiembre, el de mi vuelta a mi vida de enseñante. Desorientado, casi perdido y solo, más que nunca. Y allí, en la entrada de ese centro de educación de personas adultas que es ahora mi refugio -no sé si solo lugar de paso- fue él quien me dio la bienvenida segundos antes de anunciarme que éste sería probablemente su último curso, que he pedido la jubilación, pero todavía no me han contestado.
No sé si alguien me había dicho que Paco Morata tenía allí su destino, dicho sea en el sentido más administrativo, pero ahora sé que el destino -el envés del azar, como tengo dicho- me ha ofrecido la oportunidad de disfrutar de su ironía, de su humor socarrón, de la viveza de sus apostillas, de la inteligencia de sus comentarios, y la de notar en su voz un casi imperceptible y como sutil deje de tristeza que deja traslucir en alguna que otra reflexión sobre nuestro común oficio y su devenir.
Está como de retirada, casi de tránsito, por más que yo no recuerde que almas de maestros hayan sufrido del mal de transustanciación. Y ha perdido aquella punta de acidez que le recuerdo, tantos años ya de eso.
Al poco de llegar recibí de su correo uno que es una lección de dignidad y de respeto de sí mismo, de cercanía y de amistad. Haciendo tantos años ya de no vernos. Tantos, que hasta pensaba él que era yo el que había dejado pasar la edad jubilar sin solicitar el retiro a otros afanes.
Ayer mismo recordé cómo hace meses, buscando unos versos para ilustrar otros en los que me venía atareando, quizás en el recuerdo de Jesús de Haro, di con un poema suyo que resultó premiado en un certamen vecinal allá por el 2000. Nunca podría haber imaginado que su autor fuera el mismo Paco que yo recordaba, dicho sea con total sinceridad (y con petición de excusas y perdón, por añadidura). Y no por la notoria -y la mucha- calidad de sus versos, sino porque no hubiera dado yo en modo alguno en que Morata pudiera ser poeta.
Y hoy, conociendo ya que tiene un -otro- libro en prensa, y después de hablar de Platón, de Lobo Antunes y Sergi Pàmies, con su razón cada uno, me envía unos cuantos poemas, entre ellos aquel premiado de mi lectura romana, releído y rehecho -y mejorado-, con el permiso para su publicación. Antes me daba vergüenza que se supiera. Ahora ya no, me dice.
Dejo para otro momento aquel de fin de siglo, que por su tema no me place difundir ahora, y en su lugar pongo este otro. Para el disfrute.
no olvido
Eu tinha as chaves da vida e não abrí
as portas onde morava a felicidade (2)
ahora que todos mis paseos nocturnos son a
solas
con
mi perro y un fado cosido a la memoria
que
me pone tan triste contemplar la belleza
de
las diosas que nunca podrán tocar mis manos
que
ya no tengo tiempo ni nadie a quien pedirle
una
tarde de charla mientras fuera
incesante
la lluvia empaña las miradas
no
olvido cómo andabas descalza por mi alma
pausada
y precavida lo mismo que una niña
con
una mariposa parada sobre el hombro
no
olvido cómo andabas desnuda por mis sueños
enredada
en mi manto de impúdica impaciencia
para
dormir contigo
pájaros repentinos
aleteaban
tus senos fugaces por mi espalda
no
olvido que te amaba de una manera torpe
como
el primer ensayo de un drama escrito a medias
los
trazos inseguros de un párvulo escribano
igual
que el brote débil de una planta que intenta
arraigar
en las dunas
no
olvido en qué momento me soltaste la
mano
para
seguir el curso de una aventura propia
de
la que nunca has vuelto
no
olvido que te fuiste alejando sin prisa
bajo
un cielo desnudo de vuelos y de cantos
partía
tu silueta el reflejo tardío
del
sol en los cristales
los búcaros marchitos
que
otro tiempo llenaron de flores los balcones
tiritaban
de envidia disputándole al polvo
despojos
de tu sombra
no
olvido las cadenas que mi dolor arrastra
sobre
los empedrados
el día que se cierra
la
capa y apresura el paso contra el viento
el roce de la niebla sobre las avenidas
desiertas
del invierno
me
arrodillo entregado como la tierra estéril
a
implorar que levante la noche en
aguacero
adonde
ya no exista la inquietud de la espera
Francisco Morata Moya, de Sobre mí, culpable.