lunes, 28 de diciembre de 2009

ni santos, ni inocentes

Dicen las televisiones que es una tradicion ¡de 3 años!, y yo creyendo que el tempo de la Iglesia -la católica- era más lento. Dicen que celebran la familia, y por lo visto (en esas mismas televisiones) parecen sin embargo airados, como enfadados con el mundo (me imagino que también con el demonio, aunque no sé cómo les irá con la carne). Forma rara de celebración.
Enfadados. ¿Por qué? ¿Es que acaso alguien les impide formar la familia que les gusta, tener -si pueden- los hijos que gusten, cantar en público los gustos de que gustan?.
No. Quieren que su particular parecer, su gusto particular, deba ser parecer universal, guste o no a quienes parece que desviados andamos. ¿Pensarán que las nuestras no acaban de ser cabalmente familias?
Rara libertad la que proponen, donde no cabe más elección que la obediencia.
Ni inocentes, ni santos.

jueves, 24 de diciembre de 2009

miguel

Ayer puse en este cuaderno sin papel mi invitación para 2010. Toda mi propuesta se encarnaba en la partitura de unos versos sencillos de Miguel Hernández, pastor, soldado (a la fuerza) y poeta. Porque me gustan, porque de él se harán pronto los cien años y tiene que estallar el recuerdo del que nunca murió porque su canción se canta en decenas de miles de labios.
Me llega después -por Floro, el músico amigo- que algún imbécil, con el apoyo de un puñado de deshonestos e igualmente imbéciles, ha perpetrado un libro con palabras dispuestas en forma de poemas.
Después de leer en la prensa una muestra me confirmo en la elegancia del español que leí en una carretera de Guatemala. Allí un cartel advertía de la prohibición de verter ripio en la vereda. Alguien ha tirado desperdicios en Orihuela, aunque se presenten envueltos en celofán municipal.
Y me sumo de inmediato a la propuesta de Florencio. La de limpiar el ripio sembrando la red de los versos limpios de Miguel, que tanto honra nuestra memoria.


Una querencia tengo por tu acento
una apetencia por tu compañía
y una dolencia de melancolía
por la ausencia del aire de tu viento.

Paciencia necesita mi tormento,
urgencia de tu garza galanía,
tu clemencia solar mi helado día,
tu asistencia la herida en que lo cuento.

¡Ay querencia, dolencia y apetencia!:
tus sustanciales besos, mi sustento,
me faltan y me muero sobre mayo.

Quiero que vengas, flor, desde tu ausencia.
a serenar la sien del pensamiento
que desahoga en mí su eterno rayo.

(De 'El rayo que no cesa')

miércoles, 23 de diciembre de 2009

anticipación

No me gusta desear felicidad a plazo fijo y en fechas previamente señaladas. Más me gusta extender el deseo más allá de estaciones y paisajes y geografías. Que sea ecuménico, universal.
Pero no consigo disciplinarme (ojo!, nadie suponga que disfruto -o necesito- de azotes) y caigo siempre en el vaivén de la respuesta a las felicitaciones con todo tipo de (buenos) deseos que recibo. Y pongo en marcha, entonces, mi invitación para el año que ya se anticipa. Que me gusta hacer, y mucho. (Y aunque mis alumnos de entonces -felices ellas, y ellos- puedan recordarme incitándoles a pensar de dónde obtenían su fortísima convicción de que efectivamente llegaría un año nuevo, que sería además posterior al presente en (el) curso: dolores de cabeza con nuestro invitado Hume, que nos enseñaba la fuerza de la fe -believe- y la costumbre).
Invitación que es incitación, que no deja de tener un mucho de fe y un algo de costumbre. Y en este año de crisis y de nieves que se va agotando lentamente, como si tuviera los días contados, he querido invitar/incitar a la esperanza -que es espera con fe y con tesón- y a la alegría, que es sonrisa y luz y día.
Esa esperanza es Miguel Hernández, pastor y poeta. Sus poemas son partituras, música que mecen las palabras. Tanto que, tocándolas, se puede cambiar el mundo. O la vida. O la historia.
Aquí queda. ¿Aceptáis?



Esperar. No cansarse de esperar la alegría.
Sonriamos. Doremos la luz de cada día


(Miguel Hernández)



… y en este 2010
que deseo feliz y generoso
te propongo
probar nuevas formas de decir
ánimo, gracias, estoy aquí,
cuenta conmigo, te quiero
,
miradas nuevas para compartir
la alegría del mundo,
de ésas que sueñan
con cambiar la vida.
Sé que quieres:
vamos juntos. Y libres.

La música, aquí

sábado, 5 de diciembre de 2009

Evita en el balcón de la plaza de Oriente


Los jueves, en la 1 de tve y después de Cuéntame, vienen pasando -por capítulos- documentales que celebran los 50 años de la presencia de la televisión en España. El archivo de la cadena pública es una auténtica joya, quizás la mejor fuente para leer la historia de este último medio siglo y ver cómo pasan modas, tiempos, músicas, políticas. Alguien ha dicho de él que es 'un lujazo'.
Hoy he visto, grabado, uno de esos capítulos, el más inteligente de cuantos he tenido la ocasión de seguir. Cuenta las historias que suceden en las calles (con sus plazas) de España, cuenta el cambio ocurrido y, de manera tan sencilla como magistral, lo que permanece bajo/a pesar de/más acá del cambio: como agazapado y, por ello mismo, difícil de precisar, como pegado al alma húmeda -que así se me ocurre ese volkgeist a la española- de nuestro pueblo tan de secano, como si se encontrara diluido en el agua con que riegan las calles y las plazas esas mangueras de antaño, en el agua sucia con la que friega la acera -rodilla en tierra- esa mujer que es la quintaesencia de todas las mujeres siempre arrodilladas (en la iglesia, en casa, ante el marido, en el confesonario) de todas las historias de todas las españas. (Un apunte: erguidas y en pie, y nunca más de rodillas, fin de las historias de dominación, que así también se cuentan y así y sólo así las queremos).
El ser, pretendido ser, de España que queda, que permanece, redondo y macizo, eterno presente en su ser sin pasado ni futuro. Y el ser impermanente, en ese cambio que es y no es para dejar de ser y hacerse otro, devenir, en el agua del rio que nos lleva que es y no es la misma en su fluir como queda dicho en la metáfora feliz del viejo Heráclito (aquel que también habló de la guerra -masculino en griego, 'ó pólemos'- como el padre de todas las cosas).
Así los he visto, con los ojos del alma, a través de las imágenes de Aixalà (Josep Miquel), su autor, enamorado desde niño de las imágenes que son documento, maestro en la urdimbre de su banda sonora, señor de un montaje que es toda una lección de lenguaje y ritmo. Reparad en las secuencias de las cargas de los grises (y alguna más ya marrones) que funden en negro al ritmo de los disparos de botes de humo... ¡qué cerca los sentimos aquella tarde en la gran vía, protesta necesaria por Santiago detenido, la eternidad detenida en un segundo de aquel fusil que nos apunta!
Cantan los beatles let it be en las ventas, metáfora de la españa indemne tras el desastre de todas las riadas, y alterna el 0,7 con las sombras en negro de la semana santa omnipresente que se funde y se confunde con las multitudes acarreadas de la plaza de oriente. En ese balcón aparece, icono de los tiempos idos, la llorada Evita: sin descamisados, moño rubio y mito que descansa finalmente en La Recoleta (ficus gigante, sombra en La Biela).
Y ese mismo balcón -con su carga de personas personajes- boca abajo, símbolo del poder perdido, es la mejor lección del poder, inmenso, de las imágenes.
No podían faltar los niños. Ellos, y ellas, mirada de ojos profundos y sonrisas, polo y helados, son sin duda lo mejor de estos cincuenta años. Lo mejor de la historia de las Españas, son siempre el deseo de ser, ese no cambiar en el cambio, por siempre futuro.
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