miércoles, 10 de enero de 2018

tsunami

En aquel su Sábado, McEwan situaba los hechos -y las reflexiones- de su narración con el telón de fondo de la gran manifestación en Londres contra la guerra de Irak. La ficción y la vida, no tan dispares por cuanto la una se nutre de la otra y la alimenta. Y viceversa.
Tengo entre manos ahora, un tiempo aplazada su lectura, Cáscara de nuez, un arriesgado artificio literario. Dicho sea, sobre todo, por su narrador, tan insólito. 
Una vez más, el autor -por el que habré de mostrar de nuevo mi devoción- se sirve de la escritura para dar cuenta del mundo. Del suyo. Del nuestro.
  

'(…) A través de los huesos de mi madre me ha llegado un mal sueño disfrazado de disertación formal. El estado del mundo. Una experta en relaciones internacionales, una mujer razonable con voz grave y profunda advertía de que el mundo no iba bien. Analizaba dos estados de ánimo comunes: la autocompasión y la agresión. Por separado cualquiera de los dos era una mala elección para el individuo. Combinados, para grupos o naciones, un brebaje nocivo que últimamente había intoxicado a los rusos en Ucrania, al igual que había hecho con sus amigos los serbios en su región del mundo. Nos han menospreciado, pues ahora verán quiénes somos. Ahora que el Estado ruso era el brazo político del crimen organizado ya no era inconcebible otra guerra en Europa. Desempolvar las divisiones de tanques rumbo a la frontera meridional de Lituania, rumbo a la llanura del norte de Alemania. La misma pócima inflama las márgenes bárbaras del islam. Hemos apurado el cáliz, se eleva el mismo grito: nos han humillado, pues nos vengaremos.
La experta tenía una opinión sombría de nuestra especie, en la que los psicópatas son una fracción constante, una constante humana. La lucha armada, justa o no, les atrae. Contribuyen a convertir enfrentamientos locales en conflictos mayores. Europa, según ella, sufre una crisis existencial, quisquillosa y débil mientras las diversas variedades de nacionalismo narcisista ingieren a sorbitos el mismo apetitoso brebaje. Confusión sobre los valores, el bacilo del antisemitismo incubándose, las poblaciones inmigrantes languideciendo, furiosas y hartas. En otros lugares, en todas partes, nuevas desigualdades de riqueza, los superricos una raza dominante y aparte. El ingenio desplegado por los estados para crear nuevas formas de armamento brillante, por las corporaciones globales para evadir impuestos, por bancos honrados para atiborrarse de millones de Navidad. China, demasiado grande para necesitar amigos o consejo, sondea cínicamente las costas de sus vecinos, construyendo islas de arena tropical, planeando la guerra que sabe que llegará. Los países de mayoría musulmana asolados por el puritanismo religioso, por la enfermedad sexual, por el talento ahogado. El Oriente Medio, rápido vivero de una posible guerra mundial. Y los Estados Unidos, los enemigos de conveniencia, a duras penas la esperanza del mundo, culpables de tortura, impotentes ante su texto sagrado concebido en una época de pelucas empolvadas, una constitución tan incuestionable como el Corán. Su nerviosa población obesa, temerosa, atormentada por la ira reprimida, despectiva con el gobierno y asesinando el sueño con cada nuevo modelo de pistola. África que aún tiene que aprender el truco de la democracia: el traspaso pacífico del poder. Sus niños muriéndose a miles cada semana por carecer de cosas sencillas: agua limpia, mosquiteras, medicamentos baratos. Uniendo e igualando a toda la humanidad, los viejos y aburridos temas del cambio climático y la desaparición de los bosques, de los animales y del hielo polar. La agricultura rentable y venenosa que destruye la belleza biológica. Los océanos que se convierten en ácido débil. Muy por encima del horizonte, aproximándose veloz, el tsunami urinoso del creciente número de ancianos, de cancerosos, de dementes, que necesitan cuidados. Y pronto, con la transición demográfica, se generará lo opuesto, poblaciones en catastrófico descenso. La libertad de expresión ya no es libertad, la democracia liberal ya no es el puerto de destino obvio, los robots roban puestos de trabajo, la libertad en un estrecho combate con la seguridad, el socialismo caído en desgracia, el capitalismo corrupto, destructivo y caído en desgracia, sin alternativas a la vista.
En conclusión, decía la experta, estos desastres son el fruto de nuestra naturaleza doble. Inteligente e infantil. Hemos construido un mundo demasiado complejo y peligroso para que lo gestione nuestra naturaleza pendenciera.
En tal estado de desesperanza, el voto mayoritario irá a parar a lo sobrenatural. Es el crepúsculo de la segunda Era de la Razón. Éramos maravillosos pero ahora estamos condenados. Veinte minutos. Clic.'


(Ian McEwan, Cáscara de nuez, Anagrama, Barcelona, 2017)

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