viernes, 25 de septiembre de 2009

Buenos Aires



He vuelto tres años después de prometérmelo, y esta vez con más tiempo: algo más de veinticuatro horas. Que fueron bien paseadas, acompañadas por la más grata de las compañías (gracias, Inés) y con lugar para la sorpresa.
Si Buenos Aires es el lugar de un sueño hecho de los materiales más nobles (las lecturas, sobre todo, la música siempre piazzola, ese acento con que se adorna el español de allá, el boca, recoletas y palermo, mis madres las abuelas que en mayo quedarán por siempre, nuestros hermanos a los que desaparecieron...), aquella noche el sueño fue carne (para qué buscar otra palabra) señoreada. La señora, un mito. Susana Rinaldi, señora y actriz y cantante y allí madre y hermana.
Cantaba Inés Rinaldi. Cantaba a Federico. Y allí, en las cabezas de plata y brillo en los ojos, son de república y alegría, exilio en españa, jaleo anda jaleo. Y en la piel toda la nostalgia.
Me invadió la nostalgia de futuro de las ocasiones especiales. Fue en Clasica y Moderna. Era lunes y septiembre: a punto de romper la primavera.
A la salida, una familia entera buscaba en las bolsas de basura.

domingo, 20 de septiembre de 2009

vendedora de nieves y aguas frescas

"¿Pudo doña Jacinta, una mujer indígena de 1,50 metros de estatura y 80 kilos de peso, secuestrar sin armas a seis policías de élite? Todo el mundo en su sano juicio respondería que no, menos un juez de Querétaro, en el centro de México, que la condenó sin escucharla a 21 años de prisión y la mantuvo entre rejas tres años y un mes. Hasta ayer. La Fiscalía General de la República, abrumada por la presión mediática, no tuvo más remedio que confesar que no tenía pruebas contra Jacinta Francisco Marcial, vendedora de nieves y aguas frescas."

Lo cuenta Pablo Ordás -gran periodista- en EL PAÍS de 17 de septiembre pasado. Y pienso en la vigencia de aquel realismo mágico que muchos dieron por muerto. O será que la realidad sigue imitando a la literatura.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Santiago de nuevo y las fiestas patrias


No llueve en Santiago, aunque sí -esta mañana- en Isla Negra. He vuelto, en poco tiempo, dos veces, y en esta de ahora coincidiendo con la celebración de las fiestas patrias. El 18 es la fiesta que nosotros diríamos mayor, la que celebra la independencia y da inicio este año a la celebración del Bicentenario.
Estaré esta tarde en La Moneda, españolito de a pie, celebrando como un chileno que hace 199 años este país orgulloso alcanzó la independencia frente a España.
¿No será la mía la forma nueva de ser un patriota? ¿O no quedamos en que la única patria que nos es común se llama la humanidad?.
Patriota de reclamo, y al que no podré ya nunca volver a llamar Presidente, es ese espectro que se hace llamar José María Aznar, que acaba de pasar (ayer mismo) por aquí para apoyar a los herederos políticos -¿y algo más?- de ese asesino que fue Pinochet en la carrera hacia las presidenciales que se celebrarán en diciembre. Doblemente repudiable el 'patriota' Aznar, que olvida -si es que lo supo alguna vez- que su deber es apoyar a España y no contribuir a que todo se confunda: no entiende de diplomacia ni, por lo visto, de democracia. ¿Sabe acaso dónde está hoy la Democracia cristiana chilena?. ¿O será que su FAES y su PPartido apoyan al retoño pinochetista?. ¿Lo sabe Aznar?, ¿dirá algo la señora Cospedal?.
Mientras, las chilenas y los chilenos celebran la vida, y a la vida le dan gracias, por maestra doña Violeta. Y comerán asado y empanadas. Bailarán cueca (los más jóvenes, la cueca brava). Y tomarán, quizás demasiado. Pero es su día grande. Y por eso veo desde la habitación del hotel cómo se apresuran. No quieren llegar tarde.
Veré a la Presidenta Bachelet, con más prestigio ahora y más querida que nunca. Pena que lo tenga que dejar. Y volveré a ver a la ministra de Cultura, la modestia y la sencillez en persona -que en una actriz es mérito mayúsculo- conversando a cuerpo en la calle con la gente, y repartiendo besos (que yo me traigo el mio, uno solo, a la chilena). Y me han invitado a compartir la fiesta en la fiesta del PCCh: me dicen que será para ellos un honor, que nos quieren, que Neruda es de antes y de ahora y de siempre. Suyo y nuestro.
Me iré mañana, seguro que con nostalgia. Será la nostalgia de la viejita que salmodiaba, sentada cerca de la plaza de Armas, una hermosa canción que hablaba de estrellas y de ausencia y de belleza y juventud, la mirada lejana, como quien no quiere mirar por no molestar, y a la espera de alguna moneda: llegué tarde -como tantas veces, demasiadas veces ya- a agradecerle su presencia. Se iba yendo del brazo de un joven voluntario. Y no pude acercarle unos pesos, ni compré tampoco el libro -usado, de los de los puestos de la feria popular- que andaba hojeando cuando dejé de oir su voz.
Y me quedé sin saber de su canción.
Tengo ya motivo suficiente para regresar. Ojalá y sea para celebrar con ella, a la manera de los patriotas con causa, el bicentenario de nuestra común emancipación.
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